jueves, 13 de noviembre de 2008

EL TIEMPO NO PARA - La columna de Mariana Enríquez


Las fechas pueden ser tan traicioneras, tan ambiguas. Tengo un amigo, por ejemplo, que cumple los años el día de la primavera, o el día del estudiante, como más les guste llamarlo. Uno podría pensar que le encanta su fecha de cumpleaños, y que seguramente le gustó aún más cuando era adolescente: como si todos los chicos estuvieran festejando su onomástico en la calle, con el permiso tácito de emborracharse hasta el descalabro, además. Pero no, a él su fecha de cumpleaños no le gusta nada. Siente que, por ser compartida con un día de fiesta pública, le quita protagonismo. Nadie iba a sus fiestas, además: todos preferían hacer vida silvestre en los bosques de Palermo. Su cumpleaños no le gusta ni siquiera ahora, que es un hombre grande y debería superar de una buena vez pavadas de juventud.

Por eso, hay que tener recordatorios personales, que conmemoren fechas que le gusten a uno. Yo, por ejemplo, festejo el cumpleaños de Viggo Mortensen porque ese hombre es un milagro –no se puede estar tan fuerte ¡a esa edad! – Los señores de casi cincuenta con la panza por el piso deberían morirse de vergüenza…y a los que me digan que tiene voz de pito, les respondo con el desnudo frontal que hace en “Promesas del Este”. ¡Mutis!

Lo que todavía no sé es cómo lograr que los aniversarios, cualquiera sean, no me hagan sentir un año más vieja.

También festejo el solsticio de verano, que coincide más o menos con la popular noche de brujas, y lo hago para honrar la vieja tradición brujeril de mi familia (y de las mujeres en general). Es siempre más grato inventar aniversarios propios; yo estoy en plena dicha conyugal, pero reconozco que no hay aniversario más complejo que el de la pareja. Que si uno se acuerda y el otro se olvida. Que si uno hace un regalo choto, o barato, o que no tiene en cuenta los gustos del otro. Y esto último lo digo porque tengo una amiga que le regaló a su novio, para el aniversario de seis meses, las tres temporadas completas de Lost. Parece un regalo fabuloso (¡eran DVD originales!), salvo por el detalle de que él detesta y se aburre con Lost; lo cual evidenció que eran para ella. El entredicho llevó a un desastre de proporciones que culminó con novio eyectado, lo que en este caso es una buena noticia, teniendo en cuenta que el pretendiente era medio tarado.
Los años, además, últimamente parecen volar. ¿O será que eso pasa cuando se crece? De chicos, nos parece que todo tarda una eternidad (¿los treintañeros se acuerdan de qué lejos parecía “el año 2000”?) y de grandes, el tiempo se precipita.

Los aniversarios, tanto tradicionales como los elegidos particularmente, son buenos momentos para detenerse y mirar alrededor, para sacar la cabeza de abajo del agua y llenarse los pulmones de aire, antes de una nueva zambullida. Lo que todavía no sé es cómo lograr que los aniversarios, cualquiera sean, no me hagan sentir un año más vieja. Será cuestión de dejarse de romper con eso de que la juventud es un divino tesoro. Había algo muy lindo que decía Oscar Wilde: “La juventud está desperdiciada en los jóvenes”. Y, en algunos casos, es totalmente cierto.

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